Kazimierz es un lugar interesante dentro de lo que es el centro de la ciudad de Cracovia, tanto por sus sinagogas, edificios históricos y vecinos como por su origen y su encaje en la historia de la ciudad.
Y como nunca dejamos escapar una buena historia entretejida entre las calles de cualquier ciudad que se precie, ¡hoy nos vamos a recorrer el barrio judío de Cracovia!
Kazimierz, escapando de los nazis
Kazimierz nació no como barrio sino como ciudad independiente cuando Cracovia aun era capital del país, por obra y gracia del Rey Casimiro (o rey Kazimierz en Polaco. Que coincidencia, ¿verdad?).
Es importante saber que la ciudad, si bien recogió a todos los judíos que se fueron asentando en la zona a medida que Cracovia la absorbía como parte de su núcleo urbano, mantuvo también a su población cristiana, dándose la curiosa situación de que Kazimierz quedo dividida en una parte cristiana y otra judía. ¿Que por que este hecho es importante? Porque muchos de los edificios que te enseñaré después tendrán relación con este hecho. Está todo previsto, no lo dudes
La convivencia entre ambas religiones fue de lo más cortés y respetuosa, según las crónicas, lo que propició la coexistencia de iglesias y sinagogas. Además, a medida que las familias hebreas se enriquecían gracias sobre todo al comercio, éstas abandonaban el barrio para irse a otros rincones de la ciudad más glamurosos.
Esto derivó en que el barrio se lo acabaron quedando los cristianos y hebreos de menor poder adquisitivo, propiciando la conservación de los edificios históricos en lugar de derribarlos para construir nuevos por una cuestión de pura liquidez económica.
Y entonces llegaron los nazis (unos clásicos ya de nuestra ruta por Europa, por supuesto). Mira tu que ya llevaban los judíos más de 6 siglos completitos asentados en este barrio de la ciudad, que la progresiva invasión de Polonia y por tanto la de Cracovia en última instancia los acabó desplazando de los que habían sido sus hogares.
Expulsados de la ciudad, fueron obligados a apelotonarse en un reducido gueto al otro lado del río Vístula, en Porgorze. Y como no, como cada vez que Adolf se empeñaba en formar guetos, alguien acababa dejándose la vida por el camino. Y mira tu, siempre acababan siendo los mismos…
Como anécdota representativa de los niveles de hacinamiento del gueto, se había establecido una norma conocida como la de “cinco por ventana”. Ésta establecía que por cada ventana que tenía una estancia, podían vivir hasta 5 personas… Vamos, que ya podían cruzar los dedos para que no les tocara una casita pequeña pero muy soleada…
Cuando la cosa se fue poniendo cada vez más fea con los alemanes nazis, el gueto se acabó liquidando y el que no murió en este proceso lo haría en el campo de exterminio en el que acabaría dando con sus huesos.
Una historia de esas que siempre nos gusta escuchar a algún guía o leer en algún libro, aunque sea pueda no ser estrictamente real, es la del farmacéutico rebelde.
Ni era judío ni parte de ninguna rebelión organizada, pero su botica estaba precisamente en el barrio donde los nazis ubicaron el gueto por lo que se acabó encontrando en medio del pastel sin comerlo ni beberlo.
El pobre no soportaba la ristra de atrocidades que estaba viendo hacer con sus dos ojitos a los soldados por lo que se dedicó a refugiar a judíos y proporcionarles medicamentos y vías de comunicación con el exterior del gueto.
Ya con Polonia en manos de los comunistas rusos, el barrio nunca levantó cabeza. Pocos fueron los que volvieron a sus hogares (sobre todo porque pocos fueron los que sobrevivieron) y el barrio fue condenado a ser refugio de vagabundos y delincuentes.
Pero entonces el telón de acero se desplomó y el capitalismo comenzó a fluir también por la Europa del Este.
Así, la decadencia del barrio después de todos estos trágicos sucesos se vio gratamente interrumpida gracias a… ¡una película!
Hubo muchas otras razones, claro, ya que las autoridades llevaron a cabo también una gentrificación. ¿Una que? Una remodelación y restauración de edificios y calles para impulsar su crecimiento, pero resulta que el estreno y consecuente éxito de La lista de Schindler ayudó y mucho a la recuperación de las zonas en las que se ambientaba la película. Es posible incluso visitar la fábrica de Oskar Schindler y conocer un poco más la historia.
Un reclamo para el turismo cinematográfico que al menos serviría para recuperar un pedazo arrebatado de la ciudad y de su historia reciente. También tuvo mucho que ver el hecho de que este barrio ya estaba considerado patrimonio de la humanidad por la Unesco, pero el detalle de la peli siempre mola soltarlo
El barrio judío hoy
Hoy Kazimierz es todo lo contrario a lo que la historia se empeñó en enturbiar. Es uno de los barrios más de moda de toda Cracovia, siendo un lugar de residencia bastante apreciado y donde los bares y restaurantes se llenan por las noches gracias a la marcha nocturna de la zona, en parte propiciada por el ambiente estudiantil. Vamos, que en la actualidad, ¡Kazimierz está de moda!
Y tan de moda. Se abren cada vez más centros culturales, galerías de arte, restaurantes especializados en comida kosher e incluso tienen lugar conciertos de música tradicional klezmer con la peculiaridad de que cada vez más su público es más generalista, abriéndose así la cultura judía al resto de habitantes y visitantes de Cracovia.
Y si al principio de este post te comentaba lo interesante que era la convivencia entre cristianos y hebreos siglos atrás, es ahora, paseando por las calles del barrio, cuando nos permite entender el porqué aparecen iglesias católicas a la vuelta de la esquina en un barrio considerado judío.
La de mas relumbrón es, sin duda, la Basílica del Corpus Christi. Una majestuosa iglesia con fachada de ladrillo que no pasa para nada desapercibida entre el estilo de los edificios de la zona. Tiene además tantos años como el propio barrio ya que fue cosa de aquel rey Casimiro el construir el edificio original que luego el tiempo se encargaría de ampliar y mejorar.
Pero si hay una iglesia peculiar es la de Skałką. Ésta se encuentra donde el barrio se acaba al encontrarse con el curso del río Vístula y disfruta de un espacio abierto muy, muy tranquilo. Además, el origen de esta zona como lugar de culto es incluso anterior al del propio barrio, ya que comenzó siendo un templo pagano anterior a la llegada del cristianismo construido sobre una pequeña colina rocosa que le da el nombre de Skałką a la zona.
Esto explica que el nombre popular por el que todos los polacos la conocen es por el de la iglesia en la roca. No fue hasta el siglo XVIII que se construyó la iglesia actual y el convento de los Paulinos en el mismo lugar y es donde se encuentran enterrados muchos de los grandes personajes de la cultura polaca de la historia.
La calle Szeroka, que es más bien una plaza alargada, es el núcleo central del barrio en torno a la cual se encuentran varias de las sinagogas y donde se pueden encontrar algunos de los locales y restaurantes más de moda recientemente.
Es por tanto un lugar excelente en el que descansar y disfrutar de alguna de sus terrazas antes de continuar con la ruta.
Nosotros desde luego vamos a tomarnos ese descansito. Así que, ya que has llegado hasta aquí leyendo, ¿Porque no te preparas un café y continuas con nosotros?
¿Listo? Pues continuamos! Resulta que siete son las sinagogas que se conservan en el barrio. La de Remuh, justo al lado del cementerio judío antiguo es la única en la que todavía se reza, mientras que el resto están destinadas al turismo, museos o exposiciones.
La segunda Gran Guerra transformó Remuh en un almacén para los soldados alemanes, lo que ayudó a mantener las instalaciones en un estado razonablemente aceptable. No ocurrió así con el cementerio, ya que les dio incluso por utilizar las lápidas como pavimento para los caminos…
Hoy día se ha recuperado todo en medida de lo posible y, como decía antes, funciona como lugar de culto hebreo. El nuevo cementerio judío, construido cuando el antiguo no tenía más capacidad, tuvo un destino similar durante la invasión nazi, por lo que también fue necesaria la recuperación de muchas de sus piezas.
Otras sinagogas como “la vieja” también fueron utilizadas como almacén. Bien porque al menos se respetó parte de la construcción y no la echaron abajo. Mal porque fueron saqueadas hasta no dejar ni lo más mínimo de valor.
Otra sinagoga del club de las siete es la Sinagoga Alta, Wysoka o Nowa Boznica. Su nombre no le viene dado por su altura, aunque es la más alta de todas ellas, sino porque su zona de rezo estaba en la planta superior, algo atípico.
El museo Judío de Galicia es otro lugar interesante como parte de esta ruta. Si, de Galicia, pero no de la nuestra sino la de una región histórica de igual nombre que agrupaba las zonas del actual sur de Polonia, Oeste de Ucrania y parte de Eslovaquia.
Vale que hay gallegos en todas partes, pero éstos ya estaban aquí antes de que llegásemos nosotros
¡Atención, leyenda!
Y con la llegada a la sinagoga de Isaac llega el momento de… ¡las leyendas! Si, amigas y amigos, también el barrio judío de Cracovia esconde alguna que otra historia entre las fachadas y pavimentos. Y como toda buena historia que se precie, en ésta hay oro de por medio. Que mejor que un buen tesoro escondido, ¿verdad?
Pues resulta que el rabino Isaac estaba durmiendo plácidamente y, a saber porque, se le dio por visualizar un recóndito rincón en el que estaba teniendo lugar un enfrentamiento. Bajo los soportes del puente en torno al cual estaban dándose de tortas las tropas, el rabino había visualizado un cofre repleto de monedas de oro (que ya me contarás quien se deja un cofre así, abierto de par en par…).
Y allá que se fue el rabino en busca del puente, dejando atrás a su comunidad religiosa y desatendiendo todas sus obligaciones. Todo porque debió tomarse muy en el sentido literal lo de “los sueños hay que perseguirlos”.
Pues a pesar de la tontería de ir en busca de ese puente perdido de la mano de Dios, contra todo pronóstico acabó encontrándolo. Allí, en lugar de un cofre se encontró a un soldado (suponemos que del bando ganador, ¿no?).
El rabino le contó la historia al soldado y éste le contestó diciéndole que el había tenido un sueño similar. Había visto a un rabino esconder una bolsa de oro enterrándola bajo la cocina, pero que él no había sido tan tonto como para ponerse a buscarla solo por un sueño que podía haber sido fruto de cualquier mala digestión nocturna.
El rabino Isaac, intrigado por la historia y ya de vuelta en casa, comprobó los bajos de su cocina y ¡mira tu por donde! Una bolsa de oro toda, todita para él. Solidario y religioso como pocos, destinó todo a la construcción de una sinagoga para darle un lugar de oración a sus fieles. Si, a esos a los que dejó olvidados durante unos días…
Y como con una buena historia dejamos el artículo en todo lo alto, toca despedida hasta la próxima semana. ¡A portarse bien!
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