“No se si este será el mejor mirador desde el contemplar la ría de Vigo, pero si no lo es, la competencia debe ser brutal” Pensé una vez llegué a lo alto de aquella colina.
¡Resulta que siempre tenemos cerca de casa lugares impresionantes! Siempre tuve la sensación (y aun la sigo teniendo) de que nunca había aprovechado todo lo que debía cada uno de los encantos que la ría de Vigo y su reducido pero concentrado entorno se empeñaban en brindarme.
Ten por seguro que siempre intento aprovechar cualquier oportunidad para visitar algunos de esos lugares como son las Islas Cíes, Cabo Home o simplemente perderme un poco por alguno de los pueblos y villas de la zona y conseguir así conocer pasito a pasito todo el entorno que tengo tan a mano en esos momentos en los que no estoy trabajando o de viaje.
No por ello era yo menos necio al darle la espalda a veces a algunos de estos discretos pero hermosos lugares y no prestarle la atención necesaria por estar simplemente a tan pocos kilómetros que siempre me llevaran a la errónea y fatídica conclusión de que “bueno, sobran ocasiones para ir…” ¡Maldito conformismo!
Por eso, cuando saltó la noticia en prensa y televisión de que el (enésimo) banco más bonito del mundo estaba en el monte de Cedeira, en Redondela, no fue precisamente el banco lo que captó mi atención sino las impresionantes vistas que parecían adivinarse en esa borrosa y grisácea foto del periódico. Un mirador tan impresionante y tan cerca. ¿Como no lo había descubierto antes? Pues no tenía ni idea…
Mira tu que siempre intento encontrar los mejores miradores o zonas elevadas desde las que conseguir una perspectiva general y, aunque ya me había devanado los sesos en muchas ocasiones buscando buenos lugares desde los que contemplar la ría en todo su esplendor, nunca había podido conseguir un plano amplio y completo como el que este mirador prometía.
Y ese alto llevaba toda la vida ahí, discreto y pasando completamente desapercibido hasta que a un carpintero le dio por montar ese banco, que consiguió poner en el mapa la zona, a imagen y semejanza del pionero instalado en Loiba, Ortigueira.
Lo bueno era por fin descubrir un sitio con tan buena pinta para pasarse el atardecer disparando fotos como si no hubiera un mañana. Lo malo, por supuesto, es que no iba a poder disfrutar del proceso en soledad ya que otros tantos cientos de visitantes pasan ahora casi a diario por allí. Así que, puestos a estar acompañados, llevémonos nosotros también buena compañía ¿no?
Y allí nos plantamos en la última zona que se puede alcanzar en coche antes de alcanzar lo alto. Era poco antes del anochecer y ya podíamos ver como se amontonaban los coches en los descampados y áreas de aparcamiento más cercanas, aventurando como estaría de congestionada la parte más alta.
Por suerte, parece que la gente opta por escapar cuando comienza la puesta de Sol por lo que, las decenas de personas que nos encontramos al llegar arriba y que estaban saltando de una roca a otra en lo alto de la colina acabaron viéndose reducidas a un pequeño grupo de gente, además de nosotros. Si el reclamo era el banco, muchos seguramente se habrían llevado un chasco: éste había sido arrancado de su sitio. Otra vez.
Pero como ya dije antes, lo importante eran las vistas y el mejor momento de éstas estaba por llegar. Con las últimas luces del día y los tonos crepusculares comenzando a ganar terreno en el cielo, las aguas del Atlántico entrando en la ría tomaban reflejos anaranjados sobre los que contrastaban las bateas, dispuestas en formaciones geométricas y cuadriculadas que sugerían un orden entre tanta aleatoriedad de los miles de puntos de luz que comenzaban a encenderse. El Puente de Rande era el elemento más destacable de esa arteria que cruzaba la vista de una punta a otra de la ría, comunicando ambas orillas.
Las estelas rojas y blancas de las luces de los coches que la circulaban comenzaban a distinguirse a medida que se oscurecía el cielo y las sombras se iban haciendo cada vez más grandes bajo la presencia de ese azul oscuro que comenzaba a teñir el cielo.
Y mientras todo esto iba sucediendo ante nuestros ojos, nosotros, simplemente, disfrutábamos.
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