Vamos a comenzar quitándonos tópicos de encima, que seguro que lo estáis pensando! Santillana del Mar!! El pueblo de las tres mentiras, porque ni es santa ni llana ni tiene mar, nos decían algunos cuando íbamos publicando fotos de nuestra visita en las redes sociales. Como no, ese gran conocedor de muchos rincones del Cantábrico que es Machbel se apuró a desmentirlo. Nosotros, por nuestra parte, aprovechamos también para comprobarlo in situ y desde luego no podemos más que darle la razón.
Santa tenía que serlo ya que Santa Juliana tiene una colegiata para ella solita en un rincón tranquilo, muy cerca del centro. Llana si lo es, por su gente, de acuerdo, pero también porque nunca podríamos llamarle cuesta a esa leve pendiente que tiene alguna calle del centro, sobre todo para nosotros que nos hemos curtido en las kilométricas cuestas de Vigo.
El debate si podemos abrirlo con la cuestión de si tiene mar o no. Está claro que Santillana no es un pueblo costero, a diferencia de otros muchos que salpican el Cantábrico, pero tiene la costa a unos escasos 5 kilómetros, que es más de lo que muchos otros rincones que presumen de tenerla podrían desear. ¿Se puede considerar eso como tener mar? Nosotros creemos que si, pero cada uno es libre de opinar. Y de contárnoslo, claro
Jardines y calles empedradas de Santillana del Mar
Dejando tópicos y refranes a un lado, Santillana del Mar nos dejó una sensación agridulce en nuestra visita, para que vamos a negarlo. La parte dulce la aportaron los verdes jardines del campo del Revolgo, ensombrecidos por los arboles que lo poblaban y que en un día abrasador como el que nos esperaba eran una invitación muy explicita. No ibamos a rechazar tumbarnos en el fresco césped y comer unos bocadillos para después echarnos un rato y dejarnos embriagar por una sensación de modorra que la batalla entre la sombra fresca y el bochorno del calor libraban sobre nosotros.
Desde este privilegiado punto de vista, las excursiones de niños y no tan niños se sucedían ante nuestros ojos, subiendo y bajando de autobuses que no hacían mas que llegar para luego marcharse al siguiente punto de interés de la visita guiada. Ese trajín nos daba alguna pista de lo que nos íbamos a encontrar al entrar en el centro histórico y lo que nos lleva a la parte agria de la visita. Tiendas de souvenires en cada bajo de las viviendas, solamente variaban para dar paso a algún bar, heladería o sidrería. Todo estaba orientado al visitante y de esa manera deslucía la bella uniformidad de las viviendas de no mas de 2 plantas con fachadas empedradas y de piedra de color parduzco que conformaban Santillana del Mar.
Se le catalogaba como uno de los pueblos más bonitos de España y probablemente ese título prolongado a lo largo del tiempo le había valido tanto para atraer el turismo de manera constante como para sepultar bajo él el encanto que inicialmente podía tener. Cuando en twitter o en facebook comentábamos la impresión que nos estábamos llevando, muchos erais los que nos decíais que claro, que si íbamos en plena temporada alta no podíamos disfrutar de Santillana como se merecía.
Y seguramente teníais razón. Pero aun planteándonos la posibilidad de que en otras épocas esta villa cambiara de aspecto, solo se nos ocurría que o bien el resto del año las tiendas de imanes y postales se convertían en colmados, tiendas, estancos y tabernas y de repente los vecinos de Santillana salían de sus casas después de toda una temporada estival escondidos en sus viviendas dejando pasar las oleadas de visitantes, o difícilmente podría recuperar una posible esencia arrebatada por nosotros mismos, los turistas que nos acercamos a lugares como estos bajo la promesa de bellas localidades de ensueño.
Al pensar en ello no pudimos evitar recordar una sensación similar en tierras gallegas como es el pueblo de Combarro. Un lugar precioso que en verano se ve invadido y en invierno queda solitario, pero que aún en las puertas de las muchísimas tiendas de recuerdos siguen saliendo los comerciantes reclamando que entres y veas lo que ofrecen, interrumpiendo una paz y tranquilidad. Estos lugares siguen igual que siempre y a la vez han dejado de ser lo que tanta fama les valió.
Y como siempre, un poco de edificios históricos
Pero está claro que no íbamos a dejar que un toque agrio nos estropeara un buen menú. Edificios como la Torre de Don Borja lucían muy bien en un espacio abierto como era la Plaza Mayor. Los soportales de piedra de las casas de la Plaza invitaban a sentarse un rato y contemplar con calma ese pedacito de la historia de Santillana. La ahora Plaza Mayor era, como siempre suele suceder en estos lugares, la antigua plaza del mercado siglos atrás y la Torre de Don Borja protagonizaba como espectador pasivo toda la actividad que en el declive de la época medieval e inicio del Renacentismo tendría lugar a sus pies.
La familia Barreda fue una de sus poseedoras y de ahí le viene el nombre, ya que Don Borja Barreda fue uno de sus propietarios durante el siglo XIX. También la familia Güell, conocida por muchas de sus propiedades en Barcelona, fue poseedora de esta torre hasta que la regaló a la familia borbona. Finalmente acabó en manos de la fundación Santillana, actuales inquilinos.
Son muchas las casas que destacan entre el resto, pertenecientes a otras tantas familias nobles que residieron allí en el pasado. La mayor parte de ellas, y por tanto lo que marca la estética general del pueblo, es puramente barroco, asociado a los años en los que se construyeron. Muestra de ello es, sobre todo, el Palacio de Velarde que no deja de ser otro signo más de ese aire de nobleza que tiene Santillana del Mar.
Decíamos que Santillana si era santa y la prueba de ello es la colegiata de Santa Juliana que, de hecho, es la que da nombre al pueblo (Sant Iuliana -> Santillana). Este edificio románico nos llamó la atención ya que, aunque estaba a pocos metros de las calles más repletas de visitantes, daba la impresión que muy pocos de ellos se acercaban a contemplarla, lo que lo transformaba en el remanso de paz que seguro que siempre tuvo como finalidad. Como la mayoría de iglesias, comenzó siendo una pequeña capilla y múltiples reformas y ampliaciones la convirtieron en la colegiata que se puede ver hoy. A lo largo de la historia incluso llegó a considerarse su posibilidad de conversión en catedral aunque, como es evidente, nunca se llevó a cabo.
Así que, en definitiva, Santillana es bonita, tiene historia y son muchas las razones que desde luego hacen que merezca la pena visitarla. Y si, como nos pasa a nosotros, no os gustan mucho las aglomeraciones, intentad realizar la visita en fechas menos concurridas. Nosotros desde luego, la próxima vez lo tendremos en cuenta, ya que queremos comprobar si, como nos decís en las redes sociales, Santillana tiene otra cara que se nos ha escapado
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