Cruzando los muros de la muralla plasentina
A traves de las calles empedradas, limitadas al tráfico, que comunican las distintas plazas del centro permiten adentrarse en lo más profundo de la historia de una ciudad que se escribe en las fachadas de muchas de las viviendas, las cuales normalmente no superan las tres plantas de altura. Los diversos colores de las fachadas y los motivos de piedra rojiza dejan paso a otros edificios de mayor importancia histórica como la Iglesia de San Nicolás, en la que fueron enterramos muchos de los miembros de familias nobles del siglo XIV.
Otro lugar interesante es el propio edificio del Parador Nacional ya que está construido aprovechando el edificio del antiguo Convento de Santo Domingo, que fue restaurado y se habilitó para alojar a los visitantes que no tengan problemas en desempolvar la cartera para hacerse con una habitación en la que siglos antes los monjes dominicos descansaban y practicaban sus rezos. Con toda probabilidad las comodidades actuales no tengan nada que ver con las que tuvieron ellos en el pasado.
Siguiente parada: la plaza de Ansano. Situada en el centro de la que fue la antigua judería que abarcaba las calles Coria, Zapatería y Trujillo, deja entrever ese origen sefardí en las inscripciones que marcan la ubicación en la que antiguamente se situaban algunas de las casas que conformaban el barrio. Al parecer llegaron a Plasencia en el siglo XII para quedarse llegando a levantar una sinagoga, en el lugar donde actualmente está el Parador.
El XV fue probablemente un mal siglo para todos los descendientes de estas familias ya que comenzó a perpetrarse poco a poco una persecución contra ellos, expropiandosele la sinagoga para poder levantar el convento de Santo Domingo. Un acto que seguramente generó cierta controversia en la época… Consiguieron levantar otra sinagoga no muy lejos y fue necesario reubicar a varias familias judías pero entonces llego el 1492. Aunque seguro que a muchos os suene por la mundialmente conocida conquista de América, fue también el año en el que a los Reyes Católicos, honrando su sobrenombre, se dedicaron a expulsar a los judíos de punta a punta de su reino…
Estaba claro que no querían hacer buenas migas con los judíos, no…
Y ahora… una noche por la Plasencia medieval
Llegábamos a la Plaza Mayor de Plasencia cuando todavía estaba llena de familias que ocupaban los bancos del centro, estratégicamente situados debajo de los toldos que proyectaban su sombra sobre ellos con las ultimas luces de una calurosa tarde. Poco a poco, a medida que el cielo se iba oscureciendo y el alumbrado publico se encendía, el ambiente tomaba un aspecto más joven, propio de una noche de Sábado.
Rodeando la plaza, las terrazas de los bares estaban ocupadas por clientes que consumían refrescos, cervezas y agua en cantidad, habiendo incluso quien ayudaba a bajar unas patatas con ali-oli o una buena tabla de embutido de la zona con una pitarra, un vino de la zona extremeña, en la mano.
Muchos de los blogueros que todavía andábamos sueltos por el centro, disparando fotos a discreción, nos íbamos juntando poco a poco frente al ayuntamiento para comenzar una visita guiada por cortesía del Ayuntamiento de Plasencia, actividad que formaba parte de las programadas en el TBM. Todo ello bajo la atenta mirada del abuelo Mayorga, la figura que se agarra con fuerza al campanario en lo alto del ayuntamiento y que toca la campana cada hora en punto desde hace más de cinco siglos.
“Juana la Beltraneja y Alfonso V se casaron en Plasencia, uniendo así ambos reinos, el de Castilla y el de Portugal” – nos iba contando nuestro guía, mientras nos conducía por algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad. Su acento al hablar lo delataba como autentico extremeño y la pasión con la que iba contándonos las distintas historias y anécdotas que iba liberando de lo más profundo de su memoria no hacían más que confirmarlo.
Nos contaba que la unión de Juana y su tío Alfonso buscaba evitar una guerra civil que enfrentara a su bando contra el de su también tía Isabel y su consorte Fernando (los que tanto monta, monta tanto, decían…). Se decía que Juana no era hija legitima de su señor padre y por tanto Isabel debía ser la heredera del reino, por lo que el follón estaba servido en bandeja de plata.
A Juana no le quedó otra que casarse con su tío, el Rey de Portugal, para intentar fortalecer su posición. La boda tuvo lugar en Plasencia (razón principal por la que os estoy dando la chapa con este rollo histórico) pero no sirvió de mucho ya que la Guerra de Sucesión al trono acabaría ganándola Isabel. A Juana no le quedó otra que exiliada en Portugal con su señor esposo.
Mientras tanto, Isabel y su maridito (que por cierto también era su primo, riámonos de la endogamia) fueron los populares Reyes Católicos que tantas cosas chulas hicieron en aquella época. Unos auténticos ídolos de masas de la época con unos fans tan reconocibles como los judíos y moros. Sobre todo cuando ficharon a Torquemada para su banda real, un sex symbol de la época que sabía como encender las llamas de la pasión de los herejes.
Aunque se que os lo estáis pasando en grande con estas intrigas palaciegas, repletas de incestos, exterminios raciales e ideológicos y demás usos y costumbres de nuestra amada y noble edad media, nos toca seguir al guía y continuar la ruta. ¿Seguimos?
Pues ahí me había quedado yo, correteando de una esquina a otra, cargado con el trípode y buscando un ángulo mejor para la siguiente foto, intentando enterarme de las historias que el guía seguía contando y en ocasiones renunciando a enterarme de otras.
“La parte superior de las torres de la ciudad pertenecientes a casa nobles opositoras a la reina fueron derribadas como símbolo de sumisión, después de alzarse victoriosa Isabel“, pude escuchar mientras me situaba detrás del grupo. Efectivamente, parece que estaba refiriéndose a las conocidas como torres mochadas, un signo distintivo con fines de humillación a todos aquellos que hicieron frente a la legitimidad de los Reyes Católicos en la conquista de Castilla. Plasencia había estado fuertemente ligada al bando de Juana la Beltraneja por lo que inevitablemente le tocó apandar con su correspondiente castigo.
Volvíamos a pasar por algunas de las calles que ya habíamos recorrido por la tarde, pero ahora se mostraban de noche con unas luces completamente distintas, fruto de la luz artificial de las farolas y los focos de algunos de los edificios. Colores y tonos distintos para los mismos lugares, que además se veían más solitarios de noche, ya que, además de nosotros, parece que solo los gatos se animaban a salir a pasear por los empedrados suelos de la antigua judería. El resto de los plasentinos seguramente seguía apurando cervezas y vino en la Plaza Mayor. Y no me extraña, la noche se prestaba a ello…
Plasencia era una ciudad que no conocía hasta ahora. De hecho, y para ser sincero, ni siquiera sabía nada de ella antes de llegar por lo que, ya se sabe, no hay nada como la carencia total de expectativas para disfrutas sin prejuicios de algo. Y estoy seguro de que todos disfrutamos Plasencia más de lo que nos podíamos imaginar en un primer momento…
Y tu, ¿Conoces Plasencia? Pues cuéntamelo, anda!
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